martes, 8 de noviembre de 2011

flexionarse y reflexionarse

I'm sick and tired of hearing things
From uptight, short-sighted, narrow-minded hypocrites
All I want is the truth
Just gimme some truth

I've had enough of reading things
By neurotic, psychotic, pig-headed politicians
All I want is the truth
Just gimme some truth

John Lennon, Gimme Some Truth

En cierta manera la filosofía nació ante el abrumador antagonismo conceptual entre el ser, lo inmóvil, universal e imperecedero pero lejano a nuestra percepción, y el cambio, lo etéreo, una suerte de horizonte difuso y mudable en el que a todas luces era imposible obtener un atisbo de certeza rígida a pesar de poder experimentarlo gracias a nuestros sentidos constantemente. Se ha hablado de un amor al conocimiento del ser en las cosas, a Sophia, a un saber radical al que se puede llegar pero no poseer, de una atracción quasipoética hacia la música de los astros, hacia la cegadora luz solar y sus certezas. También se ha hablado del odio al devenir, del filósofo pusilánime, resentido y decadente que decide construir una verdad unidireccional aprovechándose de la confianza que le otorgamos a la gramática.

Así vemos las dos caras de la misma moneda: una liga de bellas personas que ofrecen su vida a lo eterno para sacarnos del error fugaz de nuestras vidas y una convención de cuervos, que en el hermetismo conceptual de sus diatribas y diálogos nos inducen a caer en su propio error.

Así se perpetua la dicotomía, la luz prometida contra el abismo que nos envuelve, así prosigue el juego, como en un teatro de sombras chinescas que es alimentado mediante la pugna simbólica de este claroscuro. Maniatados en el fondo de una caverna nos aventuramos a esclarecer nuestro sino, sin una mano amiga que nos saque de ella, aparecen entonces la felicidad, el bien, la belleza, el amor y la justicia aunque nunca se hayan dignado a personarse en nuestro averno.

La filosofía radica en una peculiar práctica del lenguaje, muta solidaria a él, y a la par que lo reinventa, lo dispone para hallar lo inefable en una suerte de juego de dimensiones insospechadas, la praxis del “escondite” hacia preguntas insólitas, direcciones exóticas, allá donde Alicia nos lleve con su conejo blanco. Es una suerte de canto hacia las fuerzas intangibles que nos sostienen, aquello que suscita en nosotros una irremediable atracción, a la par que vértigo.

La filosofía es un diálogo entre yo y mi universo, entre tu universo y mi universo, un coloquio entre lo que ha pasado a la historia y lo que supondrá el futuro, sobre la ilusión del presente. Como saber radical, hunde sus raíces en las profundidades, crece y se expande en lo absoluto, en su pretensión de abarcarlo todo íntegramente. Y así surgen nuevos problemas, abatidos con nuevos conceptos que suscitarán nuevas cuestiones a su vez.

No se puede separar a la filosofía del tiempo que la enmarca o el futuro que la juzgará, de la vida que en ella subyace, de los discursos antitéticos que de ella derivan y que a su vez le otorgan un carácter multilateral, una carga crítica dirigida hacia sí y los mundos que construye. La filosofía es dinamita para la misma filosofía, la filosofía es carne de cañón de la misma filosofía, un pozo para la filosofía.

Pensar también puede ser entendido como un ejercicio de catarsis, algo que de algún modo u otro parte de nuestras tragedias peculiares y domésticas, que nos impulsa a reformular la realidad, a sacudir sus cimientos mediante preguntas, cuestiones que en ningún caso parecen provenir de la inocencia. Filosofar parte de la problemática, del elenco de interrogaciones que nos persigue como individuos en particular y como especie en general. . La filosofía jamás será producto de una mecánica perfecta que podamos comprender con absoluta nitidez.

Filosofar en cierta manera conlleva tomar distancia de la vida diaria, estar por una fracción de tiempo en la inopia, salir del gran teatro del mundo y convertirse en su espectador, su crítico.

Concibo la filosofía como un legado humano, un proyecto que nos dignifica como seres vivos que conviven con sus abismos y les tienen un destacado aprecio. En tanto que tenemos pulgares opuestos y andamos sobre nuestras patas traseras podemos ejercer el derecho de someter a examen todo lo que nos rodea, en tanto que lo juzgamos también podemos aspirar a transformar el mundo.

La filosofía se forja sobre nuestra irrevocable condición de entes libres, que construyen su propia historia y reflexionan sobre ella, que disponen de voluntad y se preguntan acerca de ella, que poseen el logos y la praxis y pueden decidir emplearlos contra el orden establecido, la justicia convenida, la falacia pactada, la verdad interesada, el eufemismo tóxico.

Es capital comprender filosofía para tener opción a rebelarse, aprender ideas para disentir. La filosofía como pretensión de un saber plural, radical y universal nos libera del engaño, o al menos nos libra de aceptarlo desde la rotunda ignorancia, la pasividad intelectual que parece constituir el punto de partida de cualquier hijo de la sociedad de consumo.

En tanto que no somos máquinas, ni imbéciles, hacemos filosofía.

En tanto que hagamos filosofía jamás seremos máquinas, ni imbéciles.

domingo, 3 de julio de 2011

tras la última de las filantropías

Toda historia del hombre empieza con una dádiva hacia lo absoluto, profusión de lirismo tópico, cárter de narraciones atávicas que directamente penetran en la suela de nuestras ajadas zapatillas de marca y se identifican como nuestras raíces.
Puede que incluso los filósofos más brillantes sean los botánicos que las podan y riegan con esmero, haciéndolas crecer hacia lo alto o hacia la bajeza más convencionalmente condenada.
Somos nuestra piel, dibujada y desdibujada desde que fuimos organismos unicelulares, construcción etérea de placeres y maravillas que parecen disiparse y prevalecer por momentos.
Estamos condenadamente vivos, somos jodidamente libres y jodidamente esclavos de nuestra piel, pese a lo que creamos saber sobre la volubilidad de nuestra voluntad, los saberes ocultos en la inexistencia del Mundo de las Ideas o del penitente paraíso del que fuimos expulsados.

Retozamos con la materia de los sueños. Fuimos constreñidos entre los moldes de lo humano y lo divino, plasmados como lobos caníbales y amables salvajes, sempiternos actores ante las gradas de la existencia.

Pecadores ignorantes y risueños, peleles enfermizos, décadents , convictos de la lógica y el raciocinio, ora esqueletos cabizbajos, ora predicadores viperinos y altisonantes.

Adeptos de la gramática y sus causalidades implícitas, rebeldes por casualidad, ascetas imposibles, toxicómanos del albedrío. Víctimas sempiternas de nuesta propia tela de araña.

Afilemos ahora mismo las cuerdas vocales, ya tan sólo cabe postergar el idilio con los espejos cóncavos del callejón del gato, extendamos la tragedia como una ofrenda a nuestro amor por el destino. Bellos tiempos fríos y esteparios nos tocará vivir, ovaciones sentimentales y vitalistas, producto exvoto en los altares de la adversidad. Fratricidio edípico, sensual y blasfemo, el adulterio moral como aglutinante para nuestra tópica rutina. Pereza, paz en el alma, senilidad fisiológica y ataraxia sensitiva.

Somos fieras domadas del magnánimo y pulido circo de la sociedad de la información.

La última sonata filantrópica, de alta alcurnia, puesta de largo con el hedor a anteojos y chaqué de opereta, tan sólo era parte de la comedia. Carcajadas sardónicas se empiezan a oír donde acaba lo confortable y conocido, desde los recodos lascivos de cada desagüe, tras cada telón de fieltro barato o el telúrico telar del hado y sus parcas.

Bosques de constelaciones se ciernen sobre nuestras seseras, pulsiones enigmáticas nos conducen a abarcarlas con átomos y queroseno. Lunáticos, somos hijos de la luna y su fragancia de Venus marchita, enajenados por una locura transitoria que nos impide mimetizar la grávida condición de los guijarros y nos hacen saltar, danzar hasta disiparnos en el polvo.

Creemos ser animales y no somos ni personas.

Nos creemos personas y tan sólo somos personajes.

Desprovistos de máscaras. Desnudos, vestidos de piel.

viernes, 28 de enero de 2011

la caverna

Escogimos a mentes infantiles,
ipso facto, no dudamos,
en colocarlas tras la pantalla de un kinetoscopio.

En tal lienzo, proyectados trazos pueriles,
cromatismos vivaces, seres humanos,
que en la suerte de asemejarse a animales,
estimulaban la retina sin ninguna clase de oprovio.

Pasó tiempo y su imaginario se nutría,
poco a poco, día a día,
de carantoñas plastificadas.

Desconociendo la verdad,
que no muy lejos les amparaba,
acariciaban su neurona flácida y amanerada.

Conmensuraron los límites de la geografía de un gatito,
un perrito,
un lorito,
un patito,
un adorable leoncito,
ante la imposibilidad de conocer su fiereza,
tal era esta cartografía,
de pudor y ligereza.

Yo mismo seleccionaba las cintas más insulsas,
azucaradamente convulsas en su desarrollo,
de entintadas florituras,
pasiones finales censuradas,
entre el príncipe y la princesa.

Él escogió al muchacho menos favorecido
por las deidades genéticas,
y sibilino, lo condujo hasta el exterior de la caja fuerte.

Por agravio a sus abrillantados ojos,
ante la luz del sol de estío,
no pudo detener, impío, sus capacidades diuréticas.

Nada más reposar su mirada,
indolente, aterrada,
se percató de la presencia de la vieja y fea Alicia,
la puta y fea Alicia.
Verdadera,
como otra cualquiera.
Infectada,
de todo aquel ruborescente prisma despojada.
Terrorista para un mundo de tinta aponzoñada.
Pienso del pretérito esbozado, esculpido,
en el cráneo de nuestro forzado foragido.

También había polución,
recesión,
masturbación,
especulación,
destrucción,
opresión,
lastres en su altar de imperfección,
ahora rasgado,
mal follado,
vejado,
violado.
Vestigios de un mundo turbio,
situado encima de un corazón enturbiado.

Limitándose a no creer aquello que sus sudorosas manos palpaban,
corrió, patizambo, rechoncho
hacia la madriguera de donde había salido.

El patetismo en la escena queda incluido,
cuando tras la confesión de lo vivido,
se encuentra al gordo acnéico carcomido,
roído y póstumo en un contenedor cercano.

Sus compañeros habíanle aleccionado,
sobre lo verídicamente humano,
aquello real y aquello malo,
revéntandole en cuerpo y alma,
con un arsenal de merchandising ya anticuado.

(dedicado a mickey mouse y a su estirpe )










jueves, 20 de enero de 2011

RECESIÓN

Al alza, a la baja,
deshilar lo andado,
apurar y oír en un recodo,
la pulsación insomne de un futuro incierto.

La vida, la muerte,
batallas perdidas,
derrotas fingidas,
acróbatas del óbito.

El carmín capturado,
resbala, mojado,
impretérito,
lacio e incierto.
Escondidito tras un retazo de sueño.

Hipotéticas caricias semejan migrar en desbancada,
al igual que aves de tinta,
secundando rutas vítreas
hacia el círculo polar.

Cada instante que respiro,
queda revertido,
en plúmbeo metal.


Pienso que habré de revitalizar,
en efecto,
sin dudarlo,
a priori,
todo mi capital.
Arriesgarlo a participaciones mutuas,
recónditas,
ya saben,
aquellas de dudosa procedencia tropical.
Invertir en etanol,
lúpulo, malta y cebada,
esgrimir de por vida,
la sonrisa del fin de semana.

Es toda una satisfacción comunicar,
que la tragedia,
quedó devaluada.



viernes, 13 de agosto de 2010

El verbo, los ignotos designios de una idea consustancial a la realidad o a la entelequia de la mente. El verbo y su falso espejismo de literatura, la primitiva declinación de aquello que no puede ser nombrado, el engaño del logos tras el atavismo dorado de dioses y musas. El verbo y su pasado imperativo, aglutinante de los jardines de tiempo, la historia de nuestros instantes.



Rescaté una palabra de un sueño, una pequeña dádiva, una heregía excéntrica, escepticismo de cabellos ondulados.

Caminaba desnudo por la vereda de las sombras, parecía emitir la andrajosa y tipificada luz de tubo fluorescente de sobra conocida por todo el que alguna vez la haya visto.
No obstante, fue el bogar de unos discretos pies lo que hizo que me sonriera plácido al girarme. Anonadado y pletórico me así a unos finos trazos de porcelana, los mismos labios que parecían rezar "amor, amor...".

domingo, 8 de agosto de 2010

Rum Rum


Dadme un crepúsculo encendido , un ocaso en la letanía, una quimera que lejos de besar el suelo va al encuentro del horizonte.

Dadme bocanadas de chapado, gasóleo hirviendo, clavículas de incierto metal pesado.

Dadme aquello que pueda nutrir mi corazón, pulsaciones selectas, dadme una emoción.

Dejadme roer el veneno que atesora el caucho, repeler el asfalto, traficar con los recatados caprichos del viento.

Dejadme relinchar canciones, afinar celeridades en la idiosincrasia de las tuercas.

Escarcha célebre, deidad partícipe del hades.

Un ronquido de estruendo.

Taimada construcción de latidos taquicárdicos.

Tan sólo dadme un motor.

Que me empuje, que me lleve hacia otra página en mi tímida historia sobre este mundo.