domingo, 9 de agosto de 2009

REMEI PER A L'ÀNIMA

Petita espera,
alguna cossa es crema a les mans,
és l’alegria rovellada,
un viatge estel·lar cap a la fi salvatge,
cap a l`histèria,
cert èxtasi assassí i pertorbador
i un somriure a la boca,
sanya i paranoia esclavitzades
lliures ara al cos.
L’agonia de cada ídol,
cada pensament,
sempiterna mort
i besos de psicodèlia.
Un llarg punt i final
que es fa d’esperar.

CIAO BELA

Eran apenas las tres de la tarde, hacía buen tiempo y el cálido resollar del viento de tramontana se dedicaba a jugar con los cabellos de las muchachas, las besaba. No obstante la consternación hacía eco en aquel octavo piso. Se escuchaban golpes intranquilos, miradas vacías y en el aire estaba suspendido un aroma cercano al éter.
Allí, bajo la quietud de las sábanas, jugaba a esconderse una princesa de piel pálida y mirada frutal. Era sólo una niña fingiendo ser grande.
Durmiendo a los pies de la camilla se disponía una señora algo mayor, de ojos vidriosos y pelo cano. Nadie le dijo que toda esta historia iba a acabar así, de forma tan dramática, había sido tan ciega, todo marchaba genial hasta que recibió aquella llamada: “disculpe, ¿Es usted la señora Sánchez?”, resolló metálicamente el diafragma del aparato, “lamentamos informarle de que su hija ha sufrido un desmayo en clase de historia, está camino del hospital”. En ocasiones las palabras se precipitan sobre nosotros como la nada engullendo nuestras vidas en una desmesurada vorágine fría y deforme, es curioso observar la medida en la que un término puede llegar a truncar nuestros esquemas, saquearlos en ocasiones.
Después llegaron las preguntas, eran tantas, tan horribles. La princesita solía evadirlas sonrisa tras sonrisa, para ella todo era un hermoso juego.
La señora Sánchez se exasperaba al ver cómo, a medida que los días pasaban, aquellos labios de fresa se apagaban, le resultaba tan pesado sonreír, apenas esbozar una expresión.
Las dos siempre habían estado a solas, era fácil darlo todo sólo a otra persona y tan amargo ver como su hijita se escondía tras un crisol de lino.
Mientras, la niña jugaba a reír, a ser preciosa, a ser feliz. Le había costado tanto llegar a ser una muñeca de trapo, linda y de amplio sonreír. No quería echarlo todo a perder, sólo deseaba fugarse, ser perfecta. Eran tantos los espejos que había visitado aquella palidez que no valía la pena enumerarlos, tantos lloros y lágrimas, espinas en su débil corazón. Nuestra muñeca era tímida y cruel consigo misma, se dedicaba a esconderse, castigarse con la mirada y cantar para sí en incontables arrebatos de euforia esperanzadora.
Nada de esto había evitado que se fuera ir, no tenía miedo ¿Qué iba a ser de ella después del todo sino un espíritu libre, una pluma grácil mecida por su afán de belleza?
Nuestra princesa ya no se esconde, ya duerme, el viento juega ahora con su larga cabellera, sus ojillos se cerraron apagados, su madre la espera pero sabe que ya no volverá a ser suya jamás y llora, se desgañita.

MORTECINA CÁBALA NAVIDEÑA

Se fragmentó el intrínseco verdor ante la inhóspita y apabullante presencia del frío invernal, que por aquel entonces quebraba, inspiraba y era capaz de someter a las fuerzas de la naturaleza.

En oscuros rincones el frío se arremolinaba para trocarse en una obsesiva prestancia.

Ojos negros, miradas de ónice mecían aquella pequeña aldea, aislada, mítica, escondida por las torrenciales gargantas que se insinuaban a lo largo y ancho de las gélidas mesetas de la humanidad.

Un día aquel enorme abismo blanco fue violado súbitamente por la furia
carmesí que de manera barroca, casi goyesca se precipitaba, se escucharon
gritos, aludes que extendían felices cantos navideños. Había llegado aquella
época del año en la que todo el mundo derrocha sonrisas de una manera tan
azarosa en la que nadie repara.

Solía ser este el caso de Rübem, un viejo zíngaro que malvivía su tiempo
frente a su cítara refugiado en ilusiones , fantasías y espejismos erigidos en base a la soledad absoluta, mimética y constante de las que era preso. Durante su habitual ruta solía escuchar los marmóreos pulsos sonoros y amplios que le eran concebidos por las campanas de la iglesia y aquel indescriptible rumor de los transeúntes navideños, decidía así volcar toda su ternura al minúsculo pueblecito escrutándolo y desnudándolo con lirismos varios que de su genio musical provenían. Ya dentro de su ambiguo frenesí era capaz de desprenderse de la realidad y así entraba en un trance gnóstico que podía desbocar en horas de continuas variaciones y confusos ritmos de indefinida procedencia que en ocasiones le hacían desfallecer y ocultarse tras peripecias confusas de satisfacciones barítonas y confidencias ficticias.

Fue así como una noche de navidad, perdida ya en el constante relámpago de los corazones humanos, el anciano erigiendo sus magnánimas improvisaciones logró lo que muchos abandonaron en su pusilamilidad, a altas horas de la noche, en un sinfín de hastiadas digitaciones pero de trasfondo alegre y ligeramente airado sintió en su interior el profano rumor recíproco, gran vorágine de alegría, que a la medida que impregnaba de verdor los campos le privaba a él de su vida, observó entonces su verdadera esencia, su más íntima naturaleza y cuan glorioso paladín de la más prolífica miseria culminó su inexistente vida de adoquines, sombras y notas.
Formando así al amanecer una pequeña mata de sardónico verdor desafiante ante el glacial vaho de las lomas, o tal vez una deficiente sonrisa cadavérica fruto de un imparcial cariño acandilado.