viernes, 24 de julio de 2009

RECUERDOS

Él tenía los ojos salpicados del verde de las pinedas, sus manos de esparto, rugosas y ásperas muy de tarde en tarde movían las cuerdas de una guitarra al arrancar con los acordes de Romance Anónimo.Ella siempre esbozó una sonrisa incandescente, amplia, perdida en las tardes del cine de pueblo del año treinta y siete, en las huídas a la acequia, en el ligero ir y venir de tantos años sobre su cabeza.Ambos trabajaron hasta la saciedad, hasta el infinito, y un día como otros tantos, se encontraron, echaron raíces, vivieron el uno para el otro, tuvieron familia, se llegaron a conocer entre esas cuatro paredes a las que pertenecían.Era una vivienda unifamiliar, rodeada de bullicio y alegría. Se erige hoy todavía sobre cuarenta y un escalones titánicos, una baranda estrecha y discretas bombillas colgando de la pared. Pasé una buena parte de mi infancia allí metido, apenas sabía andar y ya subía a gatas aquellas kilométricas escaleras.Al ir creciendo, mi perspectiva sobre ese mismo espacio y las personas que lo habitaban cambió radicalmente, incluso todo llegó a parecerme más mundano.Me di cuenta de que algo había cambiado justo en el preciso instante en que estornudé en medio del comedor, en septiembre de mil novecientos noventa y nueve. El suelo se enfrió desde entonces casi de manera glacial al igual que la atmósfera y las miradas. Me horroricé, no podía soportar más tanta inexpresión contenida bajo un mismo techo, apenas todo era cariño disfrazado en forma de distancia.Luego llegaría mi primo, aparecerían problemas y más problemas todavía.Mi tio esquizofrénico. Brotes de divorcio, melancolía persecutoria. El niño enclaustrado bajo la frialdad de cuatro paredes, juicios interminables, debilidad de una madre.No recuerdo haber visto a mi abuelo volver a empuñar el mástil de su guitarra desde entonces. Mientras la criatura crecía sola, todo el mundo enajenado se mantenía al límite. Era una situación abyecta, una tragedia griega en la que el único espectador, un niño presenciaba la destrucción de su familia.Más tarde llegaría un poco de color, dos o tres amigos más que íntimos de mi tía, interrogaciones consatntes sobre el paradero de mamá, las que mis abuelos, estáticos, callados estoicos, solo podían maquillar de un momento a otro.Ellos mantenían distraído al pequeño como podían, de la mejor forma que conocían.Es curioso observar como tres corazones insomnes y amurallados pueden llegar a compenetrarse tanto con engaños, historias y alguna que otra narración de la infancia, con incursiones a recetas estrafalarias y a los doce tomos de la enciclopedia Espasa. Eran chiquilladas que provocaba la necesidad, actos fantásticos de naturaleza imprescindible. Fue un momento de incalculable belleza el darse cuenta de que aquel apartamento cobraba vida y se llenaba de lápices de colores. Poco importaba el pasado. La nocturnidad de la vida de mi tía se empezó a disipar poco después, tal vez comprendiera sus prioridades. Empezó a estudiar, cogió una baja y ella y su hijo pasaron más tiempo a solas.Mis abuelos, de nuevo solos en la brevedad de sus días, decidieron dejar estar todo, volvieron a mirarse a los ojos, a escuchar las viejas cintas de manolo Escobar.Todavía hoy en día se les ve, inmersos el uno en el otro , entre esas cuatro paredes.

4 comentarios:

  1. Ça me touche le coeur d'une façon que tu ne peux pas imaginer... Bravo. Bravo. Y tres veces bravo.

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  2. Vaya, acabo de toparme con tu blog y me he quedado realmente asombrada con este texto.
    ¡Tres hurras por tí!

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