viernes, 13 de agosto de 2010

El verbo, los ignotos designios de una idea consustancial a la realidad o a la entelequia de la mente. El verbo y su falso espejismo de literatura, la primitiva declinación de aquello que no puede ser nombrado, el engaño del logos tras el atavismo dorado de dioses y musas. El verbo y su pasado imperativo, aglutinante de los jardines de tiempo, la historia de nuestros instantes.



Rescaté una palabra de un sueño, una pequeña dádiva, una heregía excéntrica, escepticismo de cabellos ondulados.

Caminaba desnudo por la vereda de las sombras, parecía emitir la andrajosa y tipificada luz de tubo fluorescente de sobra conocida por todo el que alguna vez la haya visto.
No obstante, fue el bogar de unos discretos pies lo que hizo que me sonriera plácido al girarme. Anonadado y pletórico me así a unos finos trazos de porcelana, los mismos labios que parecían rezar "amor, amor...".

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